Yachaq grafiti

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lunes, 21 de agosto de 2017

Tribulaciones



Un nuevo título de próxima aparición es el libro Tribulaciones, de José Luis Montoya (Korriente A editores, 2017).


Prólogo

¿Sirve el arte para amontonar dinero y acariciar a los gentiles burgueses?
Primer Manifiesto Dada

   Al parecer el vórtice y el caos inexorable de la posmodernidad no dan tiempo para pensar en nada más, salvo en la búsqueda endemoniada de la productividad, la eficiencia y la maximización compulsiva de las ganancias. El matiz de ironía sería la idea de responsabilidad social empresarial. De hecho, las comunidades originarias de la Selva peruana y de otras latitudes afectadas por la terrible contaminación de las industrias extractivas (externalidades negativas de mercado) pueden impugnar legítimamente esta gestión de sostenibilidad hoy de moda. Tal como lo dijo Daniel Bell en Las contradicciones culturales del capitalismo, no es el tiempo de la cultura (sobre todo la que es crítica): "La sociedad está preocupada por las cuestiones más urgentes y amenazantes de la carestía, la escasez, la inflación y los desequilibrios estructurales de los ingresos y la riqueza dentro y entre las naciones. Por estas razones, las cuestiones culturales han pasado ahora a segundo plano".
   La globalización no solo ha traído confort y despilfarro, sino la generación de seres humanos residuales, irrecuperables para la sociedad (el enajenado mental, el paria, el desahuciado). La modernidad líquida, para Zigmunt Bauman[1], es una civilización del exceso, la superfluidad y del residuo:
“La producción de ‘residuos humanos’ o, para ser más exactos, seres humanos residuales (…) es una consecuencia inevitable de la modernización y una compañera inseparable de la modernidad. Es un ineludible efecto secundario de la construcción del orden (…) y del progreso económico (incapaz de proceder sin degradar y devaluar los modos de ‘ganarse la vida’ antaño efectivos y que, por consiguiente, no puede sino privar de su sustento a quienes ejercen dichas ocupaciones)”.

   ¿Qué papel tiene el poeta en esta tragedia? ¿Debería ser un simple espectador o mudo testigo de excepción? ¿Para un auténtico poeta contestatario todavía es legítimo eso de que “hay cosas más altas que llorar amores perdidos” (Scorza dixit)?

   Para el autor de este libro, la cuestión es muy clara. La indignación y la crítica permanente deben servir como impulsos vitales (justificaciones morales) para un poeta peruano de esta época decadente. Montoya siente un desprecio absoluto por la Iglesia, la clase política autóctona, el Estado peruano, los grupos de poder, los periodistas a sueldo de los poderosos, etc. Es evidente la cercanía espiritual de Montoya al furibundo y anárquico autor de Horas de lucha y Pájinas libres. No sorprende mucho que el diagnóstico social que realizó hace más de un siglo el poeta anarquista todavía siga vigente. La corrupción, el peculado, el clientelismo, el patrimonialismo, el autoritarismo rampante, etc. son males o lacras sociales que son parte de la estructura básica de la sociedad peruana. Hoy como ayer merecen ser denunciados en voz alta y sin ambages. ¿El poeta debe perder el miedo de verse convertido en un panfletario y crítico social? Para Montoya, es perentorio denunciar a los causantes de nuestra decadencia moral y desestructuración social. Este es su propósito fundamental y lo demás lo tiene sin cuidado.

   Este libro es una firme recusación al statu quo partiendo de certezas inexpugnables, pues tal como se señala en el poema "Los pobres siempre se encuentran": Los pobres de este mundo siempre estarán en el mismo lugar. / Y lo seguirán estando mientras no hagamos nada por cambiar el sistema. Nos viene a la memoria el poema de Bukowski "Los disturbios": He visto arder esta ciudad dos veces / en mi vida / y la cosa más notable / fue la llegada / de los políticos / con posterioridad / denunciando las fallas / del sistema (...) / nada fue corregido / la última vez / nada será corregido / esta vez / los pobres se quedarán pobres. No se trata de una inocua coincidencia, pues el célebre dipsómano, autor de Escritos de un viejo indecente y Música de cañerías, es un referente importante para Montoya. Y no solo él. En Tribulaciones retumban los ecos terribles de El Anticristo, de Nietzsche. Esto se hace más patente en el poema “Los demonios de mi corazón”. Pero aún hay más. El celebérrimo autor de Así habló Zaratustra es nombrado en el poema “Los genios son pobres y subempleados”. 

   En Tribulaciones sobresalen los versos descarnados, radicalmente pesimistas e imbuidos por un desasosiego total. No hay esperanza, si seguimos en la misma dirección, parece decirnos el autor. La recusación y el desprecio por la Iglesia y los políticos son notorios, pues hoy como ayer, la miseria está en los políticos. A despecho del pesimismo reinante y nihilismo misántropo del libro, hay un sitio para los versos anárquicos y anticlericales: “La miseria está en la Iglesia que oculta la pedofilia”. Por consiguiente, se hace un llamado a la acción directa. El poeta es el primer convocado, debido a su rebeldía e inconformismo innatos. De este modo, el autor reivindica la tradición del poeta-combatiente, del poeta activista. Mariano Melgar, Roque Dalton, González Prada, Javier Heraud, Edgardo Tello, Miguel Hernández, Kenneth Rexroth, Allen Ginsberg, Leoncio Bueno, Magda Portal y tantos más. Vida y poesía como un ethos de coherencia y dignidad.
   ¿Quedará una esperanza para los seres humanos en esta época oscura? Montoya mantiene la esperanza en la poesía, en el arte. De esta forma, un manifiesto esperanzador y libertario parece elevarse en el poema “No nos cansemos de luchar” por encima del pesimismo y la cruda denuncia: 

Es la hora de salir de la cueva, hermanos, es hora de ponernos al frente con la espada y la adarga artística, es hora de combatir el marasmo oligofrénico que nos acorrala, como una enfermedad en metástasis, es hora de luchar y de morir por un cambio real que defenestre de una vez por todas esta época grotesca de la que somos víctimas.

   En síntesis, el libro termina convertido en una ardiente proclama que se eleva en medio de la desesperanza y la desolación, producidas por una situación sociopolítica patética (la nuestra). El Perú no es ni será súper mientras millones padezcan privaciones y angustia (en la Costa Norte, Sierra y la Selva, lejos de una Lima centralista y prejuiciosa). Solo si salimos de nuestro marasmo y egocentrismo rampante, podremos construir una sociedad verdaderamente solidaria y humana, donde ningún individuo termine convertido en desecho. Los políticos, los administradores de la decadencia y el clero están sobrando. Una sociedad radicalmente nueva es la meta. El autor apuesta por ella.

Márlet Ríos




[1] BAUMAN, Zygmunt. Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias. Barcelona: Paidós, 2005, p. 16.

Algunos poemas de muestra de este libro que promete despertar conciencias:




Los pobres siempre se encuentran

Los pobres siempre se encuentran en el mismo lugar.
Se encuentran buscando algo de comer en las bolsas de basura,
se encuentran viviendo en esteras de calamina,
se encuentran debajo de un puente olvidado,
a orillas de un río colmado de mierda y desperdicios.

Los pobres siempre se encuentran en el mismo lugar,
pidiendo limosnas en las calles,
lavando autos en las cocheras de los supermercados,
vendiendo golosinas en los paraderos,
cantando canciones tristes en los microbuses.

Esos pobres, que miran a la gente de soslayo,
no pueden ocultar su horror,
no pueden dejar de llorar por las noches,
no pueden dejar de pensar en el suicidio.

Esos seres pobres, que van por el mundo, solos y abandonados,
no tienen padre y madre, no como tú o como yo,
no tienen nada que comer, no como tú o como yo,
no tienen posibilidad de educación y trabajo, no como tú o como yo.
Esos seres pobres, famélicos, enfermos, tísicos, locos, desesperados,
no tienen ningún tipo de esperanza, no como tú o como yo.

Los pobres de este mundo siempre estarán en el mismo lugar.
Y lo seguirán estando mientras no hagamos nada por cambiar el sistema,
mientras no tengamos piedad por el desvalido,
mientras sigamos votando por los mismos corruptos degenerados.

Seguirán ahí mientras nos corrompa el consumismo,
mientras seamos esclavos del capitalismo,
mientras solo seamos parte de ese asqueroso engranaje
llamado individualismo.

Los pobres siempre se encuentran en el mismo lugar,
ellos nos esperan para ser salvados.



No nos cansemos de luchar

No nos cansemos de luchar nunca,
la nebulosa oscura de la necedad no nos puede vencer, los necios de siempre con sus ideas rácanas y absurdas, aquellos eunucos enamorados de la globalización, los guarismos y la economía no deben hacer mella en nuestro destino, no deben socavar ni menoscabar nuestra idea artística, nosotros debemos y tenemos que acabar con lo zafio del mundo, con lo prosaico de los gobernantes, con lo vacuo de sus ideas.

No nos cansemos de luchar nunca.
Nosotros somos los encargados de la lucha, nosotros somos los que enarbolamos la bandera del arte, nosotros somos los que llenamos con sangre el papel, nosotros somos quienes dejamos el último suspiro de nuestro corazón en una hoja en blanco.

No nos cansemos de luchar nunca.
No permitamos que los estúpidos pisoteen nuestros sueños, no dejemos que los inmundos ignorantes nos digan qué tenemos que hacer, cómo ser felices, qué carrera estudiar, cómo comportarnos.
No dejemos que los bovinos de siempre nos manejen, nos manipulen, decidan por nosotros. Es hora de salir y demostrarles que el arte es el camino, que el verso es la senda, la lucha justa y honesta ante tanta mierda. Es hora de demostrar la inteligencia rabiosa de la que estamos hechos.

No nos cansemos de luchar nunca.
No importa si tenemos las manos temblorosas, no importa si la indignación nos supera el pulso, no importa si el temor nos congela el cuerpo, no importa si la desesperación nos vuelve estatuas petrificadas, nada es impedimento para luchar por lo que nos hace felices, por lo que nos ilumina el alma, por lo que nos da un sentido a esta vida mediocre de trabajos mal pagados, de universidades que mienten, de políticos carroñeros, de periodistas mercenarios, de programas de televisión estupidizantes, de modelos vacuos que enseñan los bíceps, de chicas perdidas que solo saben mostrar el culo.

No nos cansemos de luchar nunca.
Es el momento del arte, es el momento del poeta vomitando versos con sangre y pus rabiosa, es el momento del músico y la trova literaria, es la hora del prosista y sus cuentos mágicos, es hora de los pintores surrealistas que trasforman nuestro espíritu, es la hora de artista en general, imponiendo y masificando sus dotes.



No nos cansemos de luchar nunca.
Es la hora de salir de la cueva, hermanos, es hora de ponernos al frente con la espada y la adarga artística, es hora de combatir el marasmo oligofrénico que nos acorrala, como una enfermedad en metástasis, es hora de luchar y de morir por un cambio real que defenestre de una vez por todas esta época grotesca de la que somos víctimas.
Por favor, no nos cansemos de luchar nunca.



Los políticos sonríen como culebras

Ellos son unos reptiles, ellos no son humanos,
bajo esa sonrisa impostada,
se esconden lenguas bífidas como culebras,
se esconden ojos acechantes y diabólicos como caimanes,
se esconden colmillos venenosos como las cobras.

Bajo esa carcajada solaz y en apariencia inocua,
se esconden seres reptilianos que quieren devorarte
como las anacondas, quieren asfixiarte como las boas,
quieren triturarte como los cocodrilos.

Si no tienes cuidado y te dejas embaucar,
esos reptiles que viven arrastrándose continuamente
aprovecharán su oportunidad para:
engañarte,
explotarte,
esclavizarte,
asesinarte.

Esos reptiles, que viven aparentando ser nobles bajo
sus sonrisas, y bajo sus máscaras humanas de bondad
no pararán hasta:
enajenarte,
constreñirte,
alienarte,
entorpecerte,
callarte.

Esos reptiles, que sonríen como culebras,
son nada más y nada menos que los políticos,
esos batracios nauseabundos de saco y corbata,
esas salamandras asquerosas que fingen bonhomía,
esas lagartijas pérfidas que se alimentan de la traición.

Ellos son unos reptiles, ellos no son humanos,
bajo esa sonrisa impostada se encuentra la serpiente
que tentó a Adán, el demonio que engañó a Judas,
el Caín que mató a Abel.

Si alguna vez los ves, no lo dudes: aléjate de ellos.



José Luis Montoya leyendo sus versos descarnados y anárquicos.








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